Aunque la casa no era grande, cuando pasó el tiempo y Él no volvió, cerró con cuidado la puerta de aquel cuarto, no se percató de que el monstruo quedó allí encerrado y olvidó su existencia, tal vez por eso olvidó también como atacaba o quizás fue porque Ella nunca le hizo demasiado caso. Sí , sabía que existía, pero cuando Ella disponía de más sueños y esperanzas, apenas si le había molestado o si lo hizo ya no lo recordaba.
El monstruo era pequeño y malvado, hay otros que son sanguinarios y crueles, éste no, pero lo suplía con un toque
de mezquindad intolerable. Le gustaba acechar en sitios insalubres, oscuros y tristes, hacía tiempo que estaba adormilado por la inactividad cuando algo le despertó.
Le despertó sin querer la esperanza de Ella y se alimentó poco a poco con sus sueños.
Aquél día en que Ella entreabrío la puerta y apareció, quedó paralizadada por la sorpresa pero ésta fue siendo sustituida por el espanto al ver cómo asomaba el pequeño monstruo derramando inseguridad, rabia y un miedo deformante.
Le resultó atroz ver como esas exudaciones se le pegaban y amenazaban con ahogar su elaborada y tranquila felicidad.
Ella no recordaba ese miedo, no recordaba el dolor que conlleva, así que como era cobarde y consideró que la esperanza era vana y que los sueños se podían fácilmente trocar en pesadillas, agarró con fuerza la pértiga de la indiferencia que había tras la puerta y empujó al monstruo hacia aquel cuarto, esta vez sí, con intención de encerrarlo para siempre.
Es cierto que algo o alguien lloraba y rogaba, Ella sabía que estaba cometiendo una injusticia al encerrar a aquel hermoso ser con el monstruo, pero hizo oídos sordos, era inevitable el sacrificio, era necesario por el equilibrio y la paz amenazada. Lo bueno y lo malo seguirían convivendo en aquel oscuro cuarto.

Al principio les oiría, oiría el llanto de la esperanza cada vez más quedo, oiría los sucios improperios del monstruo cada vez más bajito hasta que se fueran aletargando y finalmente callarían. Habría días que despertarían y reclamarían su libertad, pero sabiendo que el monstruo no podía tocarla Ella podría soportarlo. La entristecía el otro ser pero el tiempo se encargaría de suavizar la tristeza por su ausencia... o quizás esta vez no.
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A mí me habría gustado que me escuchase cuando le gritaba qué eso estaba mal, qué el monstruo sólo se mostró tan feroz por el tiempo de letargo -como un oso trás el invierno que se despierta con desmedida voracidad de todo y con hambre, mucha hambre- que después de un tiempo Ella se habría dado cuenta que era más fuerte que él, que siempre lo fue, que buscase el valor, que si cedía tan cobardemente él, a su mezquina manera, habría ganado.
Sí. Me hubiese gustado que me hubiera escuchado cuando nos empujaba a este cuarto con ese largo y frío palo, pero Ella estaba tan asustada, tan angustiada que no me escuchó.
Ahora se lo digo bajito cuando duerme, no sé si me oye o si lo recuerda al despertar. Si lo hace volverá por mí, plantará cara al monstruo como siempre lo hizo y podremos volver a vivir juntas de nuevo... Se lo digo bajito todas las noches.
- Puedes con él, ven por mí, abre el cuarto y déjalo abierto.
* Los dibujos de hoy vuelven a ser de Luis Casado.
* Gracias especiales a Lola mi editora oficial.